El 14 de octubre de 2001 se realizaron en nuestro país elecciones legislativas para renovar las Cámaras de Senadores y de Diputados de la Nación. Sin embargo, no había entusiasmo en la sociedad. La crisis económica arreciaba. El riesgo país se elevaba por las nubes. Nuevamente al frente de la economía, Domingo Cavallo confirmaba que sus políticas sólo servían para prohijar operaciones de saqueo, y que en su arcón de los milagros no guardaba la fórmula mágica para evitar el inminente default de una deuda externa que por entonces parecía impagable. El dirigente gastronómico Luis Barrionuevo se regodeaba de su impunidad y afirmaba con cinismo: "Si dejamos de robar dos años, la crisis se arregla". Las provincias recurrían a la Justicia para obtener el pago de la coparticipación atrasada… Hacía rato que la Alianza se había fracturado y el presidente De la Rúa en cada participación mediática se afanaba por consumir los últimos residuos de confianza que guardaba una sociedad que había despertado de golpe de la fantasía de la pizza con champagne, el dólar barato y las relaciones carnales.
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